LIZETH GAMBOA LIZ MISTERIO

No me cuelgues tus milagritos | Centro Histórico, Ciudad de México | 28 de agosto, 2010

El sábado 28 de agosto de 2010 llegué ner- viosa al Centro Histórico de la Ciudad de México junto con Álex Aceves (a quien debo agradecer enormemente por su ayuda en todo el proceso de producción de la pieza y porque ese día me ayudó a transportarla desde mi casa en Xochimilco). Eran las 10:30 am y sentía por dentro unas ganas terribles de por fin conocer el resultado de meses de trabajo.

En la invitación fijamos la cita a las 11:00 am en República de Guatemala y República de Brasil, donde no tardaron en llegar algu- nas personas para ser partícipes de la acción. A las 11:45, cuando ya se había reunido un buen número de personas alrededor de mi triciclo rosado, encendí una grabadora que empezó a reproducir un compilado que hice para la ocasión de canciones populares que construyen el arquetipo de la quinceañera. Unas eran cursis, otras graciosas y algunas bastante vulgares. Luego empecé a invitar a la gente a participar en la pieza diciéndoles:

Este es un acto simbólico colectivo para romper con todas las normas sociales que se nos imponen a las mujeres y que están con- tenidas en el arquetipo de la quinceañera,

como tener que ser madre, virgen, casada y sentimental, hacer las labores del hogar y estar siempre guapa. Elige del menú de milagritos todas las imposiciones que quieras sacar de tu vida y córtalas del vestido, y así entre todas estaremos deshaciendo este arquetipo que nos oprime.

No tardaron en animarse las primeras valientes a participar en este acto simbólico ambulante en el que se incitó a las personas a reconocer los símbolos y mensajes cultu- rales contenidos en el ritual de quinceaños. Con ello se pretendía detectar las formas en que éstos influyen en la manera en la que las mujeres aprehendemos la realidad y nos sumergimos en un mundo alienante de es- tereotipos y clichés que distorsionan nuestra visión de nosotras mismas y del papel que jugamos en la sociedad.

Cada participante eligió y cortó, de un vestido de quinceaños, milagritos de azúcar que representaban nueve alienaciones feme- ninas. Algunas cortaban varios milagritos y despedazaban sin piedad el vestido, mientras me decían “Uy yo necesito uno de cada uno”, o “¿Por qué no supe esto cuando estaba más chava…?”. Otras se lamentaban diciendo

cosas como “No quiero romper el vestido, está muy lindo”, pero al final de todas mane- ras lo cortaban, pues el deseo de participar en el acto simbólico pudo más que su deseo de preservar la integridad del vestido y del ritual.

Así recorrí el Centro Histórico hasta las calles en donde se venden los artículos para quinceañeras, sobre el carrito-nicho que lla- maba la atención de todos los que se cruza- ban con él y con el vestido de quinceaños rosa y ampón. Ahí encontré un público bastante interesante, justo al que estaba buscando: madres e hijas planeando su fiesta de quin- ceaños. Hubo todo tipo de reacciones ante la acción, la mayoría muy positivas; pero tam- bién hubo quienes recibieron la pieza con bastante recelo e indignación. Incluso hubo

una señora mayor que después de observar la acción un buen rato nos dijo “Dejen de andar de revoltosas, por eso les pegan sus maridos”, lo que me dejó helada y reflexionando sobre el machismo introyectado que muchas de nosotras reproducimos cotidianamente.

Una madre joven que iba con su hija de 8 ó 9 años, al escuchar la invitación a participar en la pieza, muy emocionada le dijo a su hija “Mira esto, me interesa que lo veas tú, ven a ver los milagritos para que decidas cuál vas a cortar”. Acto seguido le leyó y explicó cada uno de los conceptos, hasta que la niña cortó uno y se despidieron de mí muy contentas.

La intervención resultó un éxito, la res- puesta del público ante esta pieza fue mu- cho mejor de lo que pude imaginar en un

principio. Pero lo que más llamó mi atención fue el hecho de que mujeres de todas las edades se sintieran afligidas por las mismas imposiciones.

Ver a mujeres que iban con sus hijos en brazos que renegaban de la imposición de ser madres, chavas que despreciaban al príncipe azul, mujeres mayores diciendo que la cas- tidad es una tontería, me hizo pensar que si

somos tantas las que no estamos de acuerdo con estos modelos de feminidad, ¿por qué los seguimos enseñando y reproduciendo?

Espero que esta pieza haya sembrado esa misma duda en las participantes y que las mujeres, hayan o no celebrado sus quincea- ños, reconsideren la función de este ritual de iniciación, lo cuestionen y lo adapten a sus necesidades.